sábado, 9 de mayo de 2020

"Mi patria no es otra que los que alzan el vuelo" Sons of Aguirre

Tercera y última parte. Cuando lo volvió a perder todo y el miedo se quedó a vivir en él.

Fréjus, la rotura de una presa.


Mi abuelo se mudó a esta localidad francesa junto a su familia. Allí volvió a tener una vida convencional, era mecánico y tenía un pequeño taller. Su casa estaba encima del taller y desde ese lugar no pudo ver venir la tragedia que volvería a cambiar su vida. Esta vez no era el ser humano quien le agredía, quien lo ponía de nuevo a prueba si no la naturaleza. Y es que como luego dicen, no se pueden poner puertas al campo y si tratamos a la naturaleza como nos viene en gana, ésta responde y no siempre de la mejor manera.

A Fréjus ce soir la  es un libro que recoge varias historias de cómo vivieron esa noche varios vecinos de Fréjus, el dos de diciembre de 1959.


Ilustración del libro

Mi abuelo cuenta en el libro como esa tarde-noche su mujer estaba tendiendo en la terraza con la radio puesta, estaba ya anocheciendo y no veían con claridad. Solo pudieron escuchar el ruido que hacía la tromba de agua que se les estaba aproximando, pero sin llegar a imaginarse lo que vendría después.

Desde el 19 de noviembre hasta el 2 de diciembre llovió mucho en la zona. 24 horas antes de la tragedia el nivel de agua en el dique era sólo de 28 cm de distancia desde el borde. La lluvia continuó, y el jefe de presa quiso abrir las válvulas de descarga, pero las autoridades se negaron. Cerca había una carretera en construcción y también peligraba si abrían la presa. Cinco horas antes del colapso, a las 18:00 en punto, se abrieron las válvulas, pero no fue suficiente para vaciar la presa a tiempo.

La presa de Fréjus se había roto, millones de litros de agua se les venían encima junto a todo lo que el agua arrastraba. La idea de mi abuelo fue abrir todas las puertas para que el agua conforme entrara saliera, pero no surtió efecto. El agua les envolvió. Y su siguiente recuerdo es despertarse enganchado a un árbol, él solo, era ya de día. No volvió a ver a su familia, habían muerto aquella noche atrapadas por la fuerza del agua. Una fuerza mayor que cualquier bala disparada durante las guerras vividas anteriormente. 421 personas murieron esa noche, por suerte mi abuelo sobrevivió una vez más.

Y esta vez sí, una vez ya en el hospital, su familia viajó desde Almansa para verlo. Hacía 23 años que no los veía y volvió a la que un día fue su casa pero ya no era su hogar.

St. Raphael


No sé de dónde sacó fuerzas, cómo volvió a reinventarse pero mi  abuelo Norberto se volvió a casar, esta vez con una chica del pueblo, mi abuela Josefa, a la que se llevó de nuevo a Francia. Aquí no podían vivir, él no estaba tranquilo. Imaginad como se sentiría alguien que ha luchado contra el fascismo dos veces viviendo en España durante la dictadura franquista.

Tras su vuelta a Francia, se establecieron en St. Raphael, un pueblo en la costa francesa en el que vivía personas de todas las nacionalidades… y vuelta a la actualidad. Cuando mi padre me cuenta cómo vivían allí parece que estoy oyendo las noticias de un día cualquiera de 2020.
Eran unos bloques enormes en los que había españoles, italianos y gente de países árabes. Mi padre no recuerda de que país eran, pero dice solían “jugar” a lanzarse piedras con los niños árabes. Supongo que daba igual de donde eran, los niños no entienden de fronteras, somos los adultos los culpables de que vean a otro como diferente, cuando somos todos iguales.

Allí vivieron 5 años hasta que tomaron la decisión de volver a España. Las cosas estaban más calmadas y mi abuela Josefa imagino que no estaría muy adaptada. Más allá de ese oh la la! , y dos palabras más no hablaba francés, y supongo que para ella esa vida tan diferente era muy difícil. Para mi abuelo Norberto, en cambio, sería demasiado tranquila después de lo vivido.

El castillo


Desde que cruzas la frontera en Perpiñán hasta Almansa hay más de 650 kilómetros, pero mi padre hasta que no veía la silueta del castillo de Almansa no decía que estaban en España. Bajaron un par de veces mientras vivieron en Francia y la última vez que bajó con la hermana de mi abuela, mi padre no volvió a la ciudad donde nació, hasta unas vacaciones durante su adolescencia.

Un año después fueron mis abuelos los que se establecieron definitivamente en Almansa. A partir de aquí su vida fue convencional, como la de cualquier hijo de vecino. Pero había detalles que hacían de mi abuelo Norberto una persona especial.

Es una pena para mí que falleciera tan pronto. Era muy pequeña y mi imagen de él es como la imagen que tiene cualquier niña de su abuelo. No supe hasta ser mayor lo que había vivido, y no he comprendido hasta ser aún más mayor la importancia de lo que hizo. La importancia de luchar por tener libertad. Una libertad que hoy damos por hecho, pero que para muchos fue casi un imposible de conseguir, pues perdieron la vida por ello.

Norberto Miguel


Así se llamaba mi abuelo, nombres sencillos los de mi familia. Pues bien, a Norberto Miguel lo describen como un hombre serio, poco cercano por lo poco que se daba a conocer, pero correcto e inteligente. Ese carácter distante puede que fuera por todo lo vivido, por llevar su sufrimiento dentro sin compartirlo con los demás. Verbalizar tus problemas muchas veces ayuda a empezar a superarlos, pero mi abuelo tendría que verbalizar años de sufrimiento y él quiso llevarlos de esa manera y parecía que le funcionaba.

Esto no quiere decir que ante algún estimulo o situación no volvieran los temores. Me cuenta mi otra abuela, la materna, que estando una vez en su casa llovía a cantaros. La calle donde vive mi abuela materna está en pendiente y bajaba mucha agua, como un río. La angustia que sintió su consuegro, mi abuelo Norberto, en ese momento fue tan real que todos se asustaron. Volvió a sentir lo que ese dos de diciembre de 1959 cuando la fuerza del agua se llevó todo lo que había construido.

Igual que se asustarían el 20 de febrero de 1981, cuando creyó que todo volvía a empezar. Por suerte no fue así y hoy escribo esta historia con los pocos datos con los que cuento desde el sofá en mi casa de Almansa. Pero mi historia podría haber sido muy diferente. Podría no existir, podría estar escribiéndola en francés pero Je ne parle pas français, podría estar escribiéndola desde cualquier otro lugar del mundo…

Un detalle más de que mi familia y yo podríamos estar en cualquier otro lugar del mundo es que cuando mi abuelo falleció y estaban organizando sus cosas en casa para donar la ropa o guardar lo que les importaba como recuerdo, encontraron una maleta con dinero en efectivo. No es que Norberto Miguel no se fiara de los bancos, de hecho su hijo trabajaba en uno, de lo que no se fiaba era del mundo en el que vivía. Suponemos que aun pensaba que todo podría volver a explotar y tendría que salir corriendo de nuevo.

Fijaos en cómo debería de estar de arraigado su dolor y su sufrimiento para que 20 años después de que se acabara la dictadura aún tuviera miedo, y aún creyera que el odio podía volver a matar. Puede parecer un pensamiento de locos, pero nada más lejos de la realidad el odio aún mata, puede que en España ya no a balazos pero si sembrando ideas que no conducen a nada bueno.

A nuestros abuelos les pidieron que fueran a la guerra a nosotros que nos quedáramos en casa.
Aprovechad estas horas en el sofá para leer, ver y escuchar toda la cultura que tenemos a golpe de clic, que nos abre la mente y nos hace libres sin necesidad de librar ninguna guerra.



Texto: Leia Cuenca
Ilustraciones: Mónica Recio

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