Fréjus, la rotura de una presa.
Mi abuelo se mudó a esta
localidad francesa junto a su familia. Allí volvió a tener una vida
convencional, era mecánico y tenía
un pequeño taller. Su casa estaba encima del taller y desde ese lugar no pudo ver venir la tragedia que
volvería a cambiar su vida. Esta vez no era el ser humano quien le agredía,
quien lo ponía de nuevo a prueba si no la naturaleza. Y es que como luego dicen,
no se pueden poner puertas al campo y si tratamos a la naturaleza como nos
viene en gana, ésta responde y no siempre de la mejor manera.
A Fréjus ce soir la es un libro que recoge varias historias de cómo vivieron esa noche varios vecinos de Fréjus, el dos de diciembre de 1959.
Ilustración del libro
Mi abuelo cuenta en el libro como
esa tarde-noche su mujer estaba tendiendo en la terraza con la radio puesta,
estaba ya anocheciendo y no veían con claridad. Solo pudieron escuchar el
ruido que hacía la tromba de agua que se les estaba aproximando, pero sin
llegar a imaginarse lo que vendría después.
Desde el 19 de noviembre hasta el
2 de diciembre llovió mucho en la zona. 24 horas antes de la tragedia el nivel
de agua en el dique era sólo de 28 cm de distancia desde el borde. La lluvia
continuó, y el jefe de presa quiso abrir las válvulas de descarga, pero las
autoridades se negaron. Cerca había una carretera en construcción y también
peligraba si abrían la presa. Cinco horas antes del colapso, a las 18:00 en
punto, se abrieron las válvulas, pero no fue suficiente para vaciar la presa a
tiempo.
La presa de Fréjus se había roto, millones de litros de agua se les
venían encima junto a todo lo que el agua arrastraba. La idea de mi abuelo
fue abrir todas las puertas para que el agua conforme entrara saliera, pero no
surtió efecto. El agua les envolvió. Y
su siguiente recuerdo es despertarse enganchado a un árbol, él solo, era ya de
día. No volvió a ver a su familia, habían muerto aquella noche atrapadas
por la fuerza del agua. Una fuerza mayor que cualquier bala disparada durante
las guerras vividas anteriormente. 421 personas murieron esa noche, por suerte
mi abuelo sobrevivió una vez más.
Y esta vez sí, una vez ya en el
hospital, su familia viajó desde Almansa para verlo. Hacía 23 años que no los
veía y volvió a la que un día fue su casa pero ya no era su hogar.
St. Raphael
No sé de dónde sacó fuerzas, cómo
volvió a reinventarse pero mi abuelo Norberto se volvió a casar, esta vez
con una chica del pueblo, mi abuela Josefa, a la que se llevó de nuevo a
Francia. Aquí no podían vivir, él no estaba tranquilo. Imaginad como se
sentiría alguien que ha luchado contra el fascismo dos veces viviendo en España
durante la dictadura franquista.
Tras su vuelta a Francia, se
establecieron en St. Raphael, un pueblo en la costa francesa en el que vivía personas de todas las nacionalidades…
y vuelta a la actualidad. Cuando mi padre me cuenta cómo vivían allí parece que
estoy oyendo las noticias de un día cualquiera de 2020.
Eran unos bloques enormes en los
que había españoles, italianos y gente de países árabes. Mi padre no recuerda
de que país eran, pero dice solían “jugar” a lanzarse piedras con los niños árabes.
Supongo que daba igual de donde eran, los niños no entienden de fronteras,
somos los adultos los culpables de que vean a otro como diferente, cuando somos
todos iguales.
Allí vivieron 5 años hasta que
tomaron la decisión de volver a España.
Las cosas estaban más calmadas y mi abuela Josefa imagino que no estaría muy
adaptada. Más allá de ese oh la la! ,
y dos palabras más no hablaba francés, y supongo que para ella esa vida tan
diferente era muy difícil. Para mi abuelo Norberto, en cambio, sería demasiado
tranquila después de lo vivido.
El castillo
Desde que cruzas la frontera en Perpiñán
hasta Almansa hay más de 650 kilómetros, pero mi padre hasta que no veía la
silueta del castillo de Almansa no decía que estaban en España. Bajaron un par
de veces mientras vivieron en Francia y la última vez que bajó con la hermana
de mi abuela, mi padre no volvió a la ciudad donde nació, hasta unas vacaciones
durante su adolescencia.
Un año después fueron mis abuelos
los que se establecieron definitivamente
en Almansa. A partir de aquí su vida fue convencional, como la de cualquier
hijo de vecino. Pero había detalles que hacían de mi abuelo Norberto una
persona especial.
Es una pena para mí que
falleciera tan pronto. Era muy pequeña y mi imagen de él es como la imagen que
tiene cualquier niña de su abuelo. No supe hasta ser mayor lo que había vivido,
y no he comprendido hasta ser aún más mayor la importancia de lo que hizo. La importancia de luchar por tener libertad. Una libertad que hoy
damos por hecho, pero que para muchos fue casi un imposible de conseguir, pues
perdieron la vida por ello.
Norberto Miguel
Así se llamaba mi abuelo, nombres
sencillos los de mi familia. Pues bien, a Norberto Miguel lo describen como un
hombre serio, poco cercano por lo
poco que se daba a conocer, pero correcto
e inteligente. Ese carácter distante puede que fuera por todo lo vivido,
por llevar su sufrimiento dentro sin compartirlo con los demás. Verbalizar tus
problemas muchas veces ayuda a empezar a superarlos, pero mi abuelo tendría que
verbalizar años de sufrimiento y él
quiso llevarlos de esa manera y parecía que le funcionaba.
Esto no quiere decir que ante
algún estimulo o situación no volvieran los temores. Me cuenta mi otra abuela,
la materna, que estando una vez en su casa llovía a cantaros. La calle donde
vive mi abuela materna está en pendiente y bajaba mucha agua, como un río. La
angustia que sintió su consuegro, mi abuelo Norberto, en ese momento fue tan
real que todos se asustaron. Volvió a sentir lo que ese dos de diciembre de
1959 cuando la fuerza del agua se llevó todo lo que había construido.
Igual que se asustarían el 20 de
febrero de 1981, cuando creyó que todo volvía a empezar. Por suerte no fue así
y hoy escribo esta historia con los pocos datos con los que cuento desde el
sofá en mi casa de Almansa. Pero mi historia podría haber sido muy diferente.
Podría no existir, podría estar escribiéndola en francés pero Je ne parle pas français, podría estar
escribiéndola desde cualquier otro lugar del mundo…
Un detalle más de que mi familia
y yo podríamos estar en cualquier otro lugar del mundo es que cuando mi abuelo
falleció y estaban organizando sus cosas en casa para donar la ropa o guardar
lo que les importaba como recuerdo, encontraron una maleta con dinero en
efectivo. No es que Norberto Miguel no se fiara de los bancos, de hecho su hijo
trabajaba en uno, de lo que no se fiaba
era del mundo en el que vivía. Suponemos que aun pensaba que todo podría
volver a explotar y tendría que salir corriendo de nuevo.
Fijaos en cómo debería de estar
de arraigado su dolor y su sufrimiento para que 20 años después de que se acabara la dictadura aún tuviera miedo, y aún creyera que el odio podía volver a matar.
Puede parecer un pensamiento de locos, pero nada más lejos de la realidad el odio aún mata, puede que en España
ya no a balazos pero si sembrando ideas que no conducen a nada bueno.
A nuestros abuelos les pidieron
que fueran a la guerra a nosotros que nos quedáramos en casa.
Aprovechad estas horas en el sofá para leer, ver y
escuchar toda la cultura que tenemos
a golpe de clic, que nos abre la mente y nos
hace libres sin necesidad de librar ninguna guerra.
Texto: Leia Cuenca
Ilustraciones: Mónica Recio
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