Y a una de esas nietas le ha dado por escribir la historia de su abuelo. Si tenéis un rato y os apetece conocer esta breve historia os invito a hacerlo.
“Cuando veía el castillo es que ya estábamos en España”
Esta frase se la he oído a mi padre unas cuantas veces. Él nació en Francia, segunda generación de emigrantes
españoles como consecuencia de la guerra civil en España. Volver, volvieron. Mi padre creció en España, habla español, mi hermano y yo aprobamos francés en el instituto a duras penas, no tenemos ya contacto con casi nada de Francia, pero mis abuelos vivieron muchos años en el país vecino y la verdad es que no sé más que unas cuantas anécdotas
de aquella época. Así que le he pedido a mi padre que me cuente todo lo que recuerde y todo lo que mis abuelos, ya fallecidos, le habían contado a él.
De mi abuelo Norberto no recuerdo
muchas cosas pues falleció cuando yo tenía 8 años, y la memoria no es mi mayor
virtud. Lo recuerdo en su sillón, recuerdo pasar mucho tiempo en su casa y
recuerdo ese hueco en la cabeza que tenía a
causa de las heridas y la metralla como consecuencia de no estarse quieto
una vez que consiguió escapar de un país, el suyo, que lo quería matar por pensar diferente allá por 1936. Él
siguió luchando por lo que creía y poniéndose en peligro, pero esto os lo cuento
un par de párrafos más adelante.
La historia de mi abuelo trata de
como “ser rojo” no le fue nada fácil. Es verdad que separar entre rojos y
azules no es buena idea porque hay gente que se lo toma demasiado en serio y lo
lleva más allá de lo que realmente tiene que ser. Pero si hay que considerarse
algo yo tendré que decir que soy roja. Y no solo por esa herencia familiar, no
solo porque mi abuelo casi se mata, o casi lo matan por serlo, si no porqué con lo vivido, estudiado y visto
hasta ahora en mi vida creo que estar más a la izquierda es lo más justo para el mundo en el que vivimos.
Tengo un amigo en el trabajo que
siempre me dice “ya estás con tu música de rojos” y mira pues sí, yo no sé
trabajar en silencio. Cuando me lo dice ni yo me lo tomo a mal, ni él me lo
dice con ningún sentimiento despectivo. Eso es ser rojo o azul (que no es que
él lo sea) y convivir. Yo escucho
música de rojos, escucho indie y escucho a cantautoras ñoñas y no pasa nada. En
la mezcla está lo divertido.
Después de todo este rollazo que
he soltado empiezo a contar cosas de un almanseño, que como no podemos estarnos
quietos, se cruzó toda España para
sobrevivir y volver a cruzarla años después para regresar a su pueblo,
Almansa.
Oh la la!
Esta es la frase más repetida por mi abuela Josefa. Ella
y su hermana María, que también vivió en Francia, creo que no aprendieron más
de dos palabras en francés, pero esa coletilla la decía siempre que se
sorprendía. La recuerdo como si la hubiera oído decirla ayer, eso y llamar bureau al escritorio. Yo los deberes de
pequeña los hacía en el bureau de la
habitación de casa de mis abuelos, ni en el escritorio ni en la mesa. Bueno
cuando los hacía…la obediencia tampoco es una de mis virtudes.
Cosas como ésta nos recordaban a
todos ese pasado francés. Un pasado que empezó cuando mi abuelo Norberto con 18 años, aún menor de edad en esa época,
pues la mayoría de edad se alcanzaba con 21, se escapó a Madrid para defender lo que creía que era justo. Fue
una andadura breve, su familia fue a buscarlo y lo trajeron de vuelta a casa.
Pero no duró mucho aquí, volvió a irse, y esta vez para no volver hasta mucho
tiempo después. Su familia no volvió a verlo hasta 1959, 23 años después de
haber salido de Almansa.
Podemos pensar que irse y meterse
en la boca del lobo (Madrid recién estallada la Guerra Civil) fue una locura.
Pero y si se llega a quedar y le hacen estar en el bando contrario… o peor aún, y si se niega a estar en ese bando… hoy no
estamos nosotros aquí, pues podría haber acabado en una fosa de la que no
habría noticias hoy en día.
Dicen en mi casa que mi abuelo no
era de contar muchas cosas de su vida de antes, quizá por el dolor que eso le
suponía. Contaba anécdotas sueltas de todo por lo que había pasado. No había
tenido una vida fácil, no solo por tener que salir de aquí, si no por lo que es
vivir, o mejor dicho sobrevivir, en un
país que no es el tuyo. Qué actual suena esto ¿verdad?
Es una pena que historias como la
de mi abuelo se pierdan porque nos ayudarían a todos a ser mejores, y a no
cometer errores del pasado, aunque ya sabemos que a muchos de nosotros parece
que nos gusta tropezar mil veces con la misma piedra.
38 heridas
Había dos cosas singulares en el
cuerpo de mi abuelo que nos recordaban a todos por donde había pasado. Una de
ellas era su dedo meñique de la mano izquierda, no podía estirarlo. Y la otra
era ese hueco en la cabeza. Le faltaba
parte del hueso occipital del cráneo, ese hueco lo cubría un fragmento de
plata que con el pelo disimulaba, pero imaginad como harían esa operación en
el año 1938, estéticamente hablando
no quedó demasiado bien, aunque él no recordaba si le dolió, si fue molesto o si
fue complicado, no recordaba nada.
Estas dos heridas y treinta y
seis más que llevaba por toda la parte izquierda del cuerpo fueron causadas
durante la batalla del Ebro. Él era el encargado de municionar las filas de ametralladoras esos días y en uno de los
ataques le hirieron de tal gravedad que no recuerda ni siquiera como llegó a
estar a salvo en uno de los campos de refugiados franceses, tras haber sido
operado de las treinta y ocho heridas que llevaba su cuerpo.
Él suponía que lo ingresaron en
algún hospital de Francia, aunque según la “carta de trabajo” expedida por el
ministerio de trabajo francés mi abuelo entró en el país en 1939. Y su primer
destino fue un campo de refugiados,
al que lo trasladaron junto a más españoles. Qué actual suena esto otra vez, campos
de refugiados, palabras que oímos casi a diario en los medios de comunicación
que suenan como a países lejanos y que no hace mucho estaban entre el
vocabulario de nuestros abuelos. No nos pilla tan lejos señores…pero esto es
otra historia.
Y hasta aquí la primera parte, son solo tres entregas pues los datos son mínimos, pero ojalá aprendamos algo.
Segunda parte
Texto: Leia Cuenca
Ilustraciones: Mónica Recio
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